Hontoria by Juan Carlos Galindo

Hontoria by Juan Carlos Galindo

autor:Juan Carlos Galindo [Galindo, Juan Carlos]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2023-06-01T00:00:00+00:00


24

Tras el juicio, Gómez me dio tres días libres en el periódico «por los servicios prestados», no sin antes advertirme que tuviera el móvil cerca por si acaso. El primer día, como no tenía ganas de pasear después de dejar a Gabriela en el colegio, fui a desayunar a La Concepción. Hacía una estupenda mañana de primavera, pero en vez de la terraza preferí la barra: café doble con hielo, bocata de tortilla francesa y un buen libro para tratar de despejarme. Sin embargo, había alguien dispuesto a perturbar mi paz.

Junto a los paseantes segovianos, siempre hombres, que desafían airados la lluvia, los expertos en hablar de nada son el segundo grupo social más característico de Segovia. Imagino que existen en otras ciudades, pero yo conozco a estos: artistas consumados en el manejo de la conversación vacía, el tema banal, el comentario sobre el tiempo o sobre el hecho de que sea miércoles o sábado, lo mal que va la cosa, etcétera.

Es un fenómeno que se da también entre las mujeres, pero en el que los señores de mediana edad con mucho tiempo libre son maestros. Aurelio, uno de los más acabados ejemplos, estaba apoyado en la barra eternizando con sorbos microscópicos un café ya frío. Enseguida empezó a hablar del tiempo, pero me lo quité de encima como pude y volví a la lectura.

Para mi sorpresa, sin embargo, una voz volvió a interrumpirme.

—Anda que, menuda historia lo del triple crimen, ¿eh? —Era Julio, ese día de servicio al otro lado de la barra—. Mi chico se tragó todos los directos, estaba alucinado con que pasara algo así en Segovia.

—Sí, menos mal que ya ha terminado —respondí de forma mecánica, aunque sorprendido porque quisiera entablar conversación.

Los camareros de La Concepción (donde se sirve un steak tartar brutal, un Dry Martini muy decente y el mejor zumo de tomate preparado de la ciudad), sobre todo los veteranos, pertenecen a una estirpe en vías de extinción: vestidos con pajarita, chaleco y chaqueta, nunca tiran mal una caña (algo fundamental para mí), pero sobre todo saben hablar lo justo y solo cuando es pertinente. Julio estaba rompiendo una regla fundamental.

Hora y media y dos cafés con hielo después, levanté la cabeza y miré al reloj de pared, un código que tenía pactado con los camareros para cambiar los cafés por cerveza a partir de las once y media, nunca antes. No soy alcohólico, pero puedo parecerlo: cuento cada cerveza que bebo, me pongo un horario para empezar, me justifico continuamente.

—No paras con eso del crimen, ¿eh? —atacó de nuevo Julio señalando el libro que reposaba en la barra, Los crímenes de Moisés Ville de Javier Sinay. Había una fuerza, un interés, un morbo, yo qué sé, que empujaba de nuevo al camarero fuera de sus límites.

—Bueno, esto es distinto —repliqué.

—¿Por?

—Porque sucedió lejos, y está resuelto y cerrado.

—Bueno, el de Hontoria también se resolvió ya.

—Pues no lo sé. Yo creo que no se podía condenar a Abundio con esas pruebas.

—A ver, no imagino a nadie quejándose porque ese señor esté en la cárcel.



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